Cómo he cambiado en estos últimos años,
qué feliz soy por haber cambiado tanto,
cómo me gustan todas las grandes ciudades de la tierra,
qué poco me importa que todo muera,
qué poco me importa que agonicen las estrellas,
cómo me acuerdo de quién fui y qué contento estoy
de saber cómo era entonces y de qué manera amé
y viví, cómo me gusta que me besen las mujeres hermosas,
que toquen mi cuerpo con libertad como yo toco el suyo,
cómo me alegro de haber leído a Catulo a los catorce,
a Rubén Darío a los dieciséis, qué bonitas son las playas
en las que dormí de joven, qué dulce era aquella adolescente
que besé por primera vez, todo irá al reino de Dios
y allí gozaré de nuevo, y si no fuese así, qué poco
puede importarme, porque la vida al fin era eso,
la vida era un secreto, una gran alegría, la vida misma era
más de lo que pensamos es la vida, mucho más,
pero había que darse cuenta, había que saberlo muy bien.
Era demasiado grande y lo sigue siendo, demasiado perfecta
es la vida (...)
Así yo gozo del sueño, de la comida y del viento, del viaje y de la playa, del árbol, de la navaja
que hundiré en mi corazón, de las calles, de los mendigos, de las azoteas donde revolotea
la ropa tendida, de los fuegos artificiales
de la fiesta de un pueblo de mala muerte,
de un río que no cubre sino hasta los tobillos
y tienes que luchar con las piedras para poder gozar
del baño, de una furgoneta abandonada en mitad del camino
con todas las ruedas pichadas y los cristales rotos,
y dentro de ella me gustaría hacer el amor conmigo mismo.
Adoro mi pasado, adoro lo que fui,
sé plenamente lo que fui,
conocimiento de cause tengo de lo que fui y lo adoro,
y adoro lo que seré mañana
y me adoraré eternamente,
mientras sea posible que un hombre adore la vida tan adorable.
[Manuel Vilas]
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