"La incorporación del sentimiento de vacío al repertorio emocional de la época, junto con la constancia de que ese sentimiento podía ser experimentado, se desarrolló en varias vías dentro de la economía cultural, dando lugar a géneros específicos cuyo objetivo era la explotación financiera del mismo. El género originario es la novela existencialista, que añadió a los iconos de la moda una nueva, sublime figura: el agonías con gabán y colilla de Gauloises, torvo y esquinado, mustio y silogista, forrado de complejos y relleno de sofismas -sofisma todo él, ebrio de hiel y estraba-. Sobre este modelo se expandieron otros tramos de mercado, así el teatro del absurdo, la mística de posguerra, la estética de la Nouvelle Vague y el Nuevo Cine Alemán, cuyos personajes deambulaban sobre las tablas, dormitaban en plano fijo o tomaban la palabra en un verso para dejarla caer en el siguiente, anfitriones del silencio todos ellos, huéspedes de la nada y fugitivos del fisco. Fue la vertiente germana del género la que creó la imagen más emblemática del vacío: la escena, creada por Wim Wenders para su película El amigo americano, en que un vaquero de Texas tocado con Stetson, con porte adusto y actitud ceniza, en vez de herrar terneros o disparar a los ladrones de ganado expresaba su yo más íntimo ante una grabadora, dedicándole un eslogan existencialista, indicativo del sentimiento en cuestión: "no hay nada que temer salvo el miedo. Cada vez me conozco menos, cada vez conozco menos a los demás." La estampa del cateto pueblerino que "contiene Vacío" - y que padece de fobofobia, y no de idiocia- representó el auge del producto y, por ende, el inicio de su decadencia. En efecto, el éxito de la película de Wenders terminó de popularizar el sentimiento de marras, desgajándolo del espacio de la "subjetividad de lujo" y trasladándolo a su extremo opuesto, esto es, lo que Rolnik llamara "subjetividad basura". Este proceso culminó en la mañana del 6 de agosto de 1978, en un bar del madrileño barrio de Pan Bendito llamado El Figón de Don Marcos, cuando un cliente habitual, fontanero de profesión, encontrándose extenuado por la falta de sueño, preocupado por las pésimas notas de su hijo mayor, algo decepcionado por la inesperada ausencia de una parroquiana muy de su agrado, se reclinó en su silla, dejó el Don Balón sobre la mesa de mármol y, sin dirigirse a nadie en particular -"parecía inspirado", dijeron algunos; "pa mí que le había dado un aire", apuntaron otros-, musitó: "Me siento vacío.". En ese preciso instante la emoción patentada por Sartre, o quizá por Camus, perdió toda vigencia, quedando reducida a un "sentimiento vulgar" que cualquiera podía experimentar"
ELOY FERNÁNDEZ PORTA, 'LA SUPERPRODUCCIÓN DE LOS AFECTOS'
No hay comentarios:
Publicar un comentario